Θείο μυρωδιά
Ese era el pueblito más alejado del estado. Se necesitaba un viaje de mínimo 5 horas para llegar a la capital, por caminos de terracería y llenos de curvas, excepcionalmente peligrosos. Aún así, en la última campaña proselitista, varios funcionarios públicos habían iniciado la instalación de tuberías de drenaje para toda la comunidad, cosa que parecía que no pasaría nunca, debido a la marginación del pueblo, que estaba en un pequeño valle a 3200 metros de altitud, rodeado de montañas escarpadas y bosques densos. Se había hecho la instalación de tuberías no muy anchas para toda la comunidad, para que sirvieran de desagüe y para poder llevar agua a los baños, lavaderos y cocinas: fue un adelanto muy importante en la calidad de la vida de la gente de San Juan Xoyotlapan. Solamente la "chamana" local, a la que también conocían como 'La Bruja', una curandera que vivía de moras silvestres en una modesta choza, se había opuesto a la instalación de las tuberías, pues los desagües, llenos de desechos, terminarían en el río. "La naturaleza los va a castigar por molestarla," había dicho la curandera, pero nadie le hizo caso. Eran pocas las personas que recurrían a ella para sus servicios, ya que en la parroquia del pueblo, les habían advertido, "Esa bruja tiene pactos con el demonio."
A pesar de esas advertencias de la 'curandera', nada malo había pasado por la instalación de las tuberías, que fueron desalojando las inmundicias de la comunidad en el río, anteriormente cristalino. A nadie le importaba lo dicho por la 'bruja'. Al poco tiempo, olvidaron lo que la hechicera había dicho.
Una tarde muy tranquila, Usmaila Pérez (Llamada así por las cartas que su tío le mandaba desde Estados Unidos, que decían "U.S. Mail"), estaba en el lavadero de su casa, lavando la ropa, cuando escuchó provenir de la cañería, que estaba bajo sus pies, un sonido tosco, hondo y grave, y un segundo después, de la cañería salió disparada la inmundicia y el lodo que se había ido acumulando en el desagüe las semanas anteriores, bañando a Usmaila en inmundicia y desechos humanos del drenaje de la comunidad. Pero no fue la única a la que le había pasado. A todos los demás vecinos les había pasado lo mismo: las cañerías habían volado y todo lo que estuviera cerca de una coladera, o un inodoro, había quedado salpicado de lodo. Todos se la pasaron limpiando sus casas, sin comprender qué pasó. No tardaron en oírse los rumores, "Fue un hechizo de la bruja," pero solo se quedó en un pequeño rumor, ya que todos se pasaron todo el día lavando las paredes, los techos, y todo aquello que había quedado salpicado, dejando un olorcito azufroso en el aire.
Durante los días siguientes, comenzó a hacer frío, y se nubló el cielo. Ya habían pasado 5 días desde que las tuberías misteriosamente regurgitaron.
Ese día, el vecino de Usmaila, Prudencio López, se estaba bañando muy tranquilamente, cuando escuchó aquel ruido hondo, tosco y grave que resonaba como un grito de agonía en las tuberías, y las coladeras volvieron a arrojar sus desperdicios con fuerza, como su fueran mangueras a presión.
Esa tarde hubo reunión en la plaza de San Juan Xoyotlapan. Fue convocada para resolver el asunto de las tuberías. Ya iban dos veces que pasaba lo mismo, en menos de una semana, y les preocupaba porque, según el médico del pueblo, eran los microbios que quedaban en el aire los que causaron que a algunos niños les diera disentería y 'deposición'. Tuvieron que bajar al pueblo grande, para conseguir cloro y desinfectante, y con eso lavar todas las paredes, a un costo que dejó a varios sin comida por dos días. Los rumores eran cada vez más fuertes, de que era la bruja la que estaba causando todo, porque no le habían hecho caso de que no desfogaran las tuberías en el río.
"Nos hizo un embrujo," dijeron en la asamblea, "Se enojó y ya nos hizo una maldición para vengarse."
"Tranquilos," había sugerido alguien más en esa asamblea, "Nada más necesitamos pedirle ayuda al padrecito para deshacer la maldición que nos hizo la bruja."
Casi de inmediato, fueron los habitantes del pueblo a la parroquia, para pedirle ayuda al párroco que los ayudara a contrarrestar lo que les estaba haciendo la bruja. Parecía ser que el religioso tenía una solución, pero, había advertido, era una poderosa invocación que requería de precisión ceremonial que además, no se practicaba en ningún otro lugar, por lo que estaban seguros de que el método funcionaría.
Ya estaban convencidos de que era una brujería demoniaca, pues el olor que quedaba a azufre, era la esencia que tenían las llamas del infierno, según les dijo alguna vez el párroco, y era el olor que dejaban los demonios al pasar en la tierra.
El ritual fue algo curioso. En el interior de la iglesia, sacrificaron un pollo cortándole la cabeza, y luego echaron sal alrededor del animal cuando corría sus últimos pasos, todo en presencia de la imagen del santo patrono del pueblo, la cual sacaron a pasear en procesión por todas las calles del pueblo, cantando al unísono de forma algo desafinada, por el panteón del pueblo, algunos peregrinando de rodillas, hasta que anocheció, y regresaron la imagen a la iglesia, para esparcir luego agua bendita en las coladeras, y echándola como si fuera detergente en los inodoros, exorcizándolos de una manera muy peculiar.
Aún así, al día siguiente, otro vecino del pueblo escuchó un sonido hondo, tosco y grave, y luego percibió un olor a azufre y podredumbre por toda su casa, para descubrir que las tuberías habían vuelto a reventarse. Eso fue evidenciado por el lodo de desagüe que estaba salpicado en todo el pequeño cuarto que era el baño, y por la pestilencia que dejó. De inmediato se convocó a una reunión de urgencia del pueblo en la plaza, a la cual asistieron casi todos los pobladores de San Juan Xoyotlapan.
"Pueblo de San Juan!" dijo el regidor del pueblo, que estaba de igual forma, muerto de miedo por lo que había estado sucediendo, "La curandera de la choza ha declarado la guerra a San Juan Xoyotlapan, por medio de sus brujerías, de sus pactos con demonios, oponiéndose al progreso que nuestro gobierno y que de parte del señor gobernador, hemos traido para ustedes, para su beneficio! Ella fue la que hizo que nuestros niños se enfermaran! Sus maldiciones nos hicieron gastar todo lo que teníamos para arreglar lo que hizo, y a muchos los dejó días sin comer!! Vamos a dejar que siga, aliada con sus demonios, para que siga atormentando nuestro pueblo?"
La multitud, peligrosamente enardecida, gritaba al unísono, "No!!"
"Si no pudimos vencerla con el poder de nuestro santo patrono y del cielo, tenemos que hacerle justicia aquí en la tierra!" gritó el regidor, viendo que era la única alternativa: la bruja estaba alejada y era la única que no tenía drenaje: era la única a la que no le afectaba la maldición.
La chusma enardecida corrió a la choza de la curandera, totalmente convencidos de que para terminar con la maldición, debían de terminar con l abruja, y con picos, palas, y alguna antorcha prendida con periódico y gasolina blanca, fueron hacia la choza cercana al río, donde vivía la hechicera. Al irrumpir en su casa, estaba sentada, murmurando en voz baja como meditando, entre nubes de incienso y velas, pero dejó de hacer lo que estaba haciendo, al ver que irrumpían en su choza, y fue lo ultimo que vio, porque se le echaron encima para lincharla y la mataron.
El pueblo entero gritó de júbilo, alegres de que ya habían terminado con la causa de todos los problemas del pueblo. La bruja había sido enviada ya a lo más profundo del averno, y con eso contaban con la gracia del cielo, por lo que seguramente el agua del drenaje no volvería a saltarles nunca más. "Ya no vive más la bruja!" se felicitaban. "Ya podemos vivir tranquilos! Ya se acabó la maldición!"
Al día siguiente, que fue el entierro de la bruja, la cual fue enterrada afuera del panteón, para que no compartiera el lugar con las almas buenas en el mismo camposanto, los niños se habían quedado en sus casas. Pepe López, el hijo de Prudencio, y su primo, Eufrasio, de 12, estaban jugando cascarita con una lata de refresco, cuando vieron salir una rata de una coladera en la calle.
"Mira, Eufrasio," dijo Pepe, señalando a la rata. "Nomás no se quieren morir las p$ڭّѭ* ratas, todavía sigue la maldición de la que tanto hablan los grandes."
"Dijeron que como ya mataron a la bruja, se iba a acabar el mal de ojo que nos echó," dijo Eufrasio. "Ya ves, no les sirvió para nada. Se me hace que hay que seguir haciendo lo que estábamos haciendo las otras veces."
"Crees que con eso ahora sí se acaba la maldición para siempre?" preguntó Pepe.
"A #卵}* que sí! Cada vez son menos ratas!" dijo Eufrasio. " Y si hace falta lo volvemos a hacer, hasta que ya estemos seguros de que se acabó."
"Bueno," dijo Pepe, "Si así es como se hace..."
Y fueron los dos por un bote de gasolina que había en la casa de eufrasio, y pólvora de unos cohetes que había en la casa de Pepe y que habían sobrado del último festejo al santo patrón del pueblo. De allí fueron a la coladera de la calle de donde había salido aquella rata. Esperaron un rato, hasta que la rata regresó al desagüe, y entonces vaciaron el bote, de 16 litros de gasolina blanca en el caño, seguido de la pólvora. Cuando los vapores comenzaron a salir en cantidades copiosas por todos los caños y tazas de baño, Pepe sacó un cerillo de una caja que se había traído de su casa, lo encendió, y lo echó al caño.
Escucharon un sonido hondo, tosco y grave.
Y luego siguió un olor a azufre.
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